La historia detrás del cuento:
Siento que hago justicia al recordar a los muertos. Al menos, a mis muertos. Aquellos seres queridos o completos desconocidos que han fallecido y ya sea por coincidencia o por haber ido a dar el último adiós, he visto sus cuerpos sin vida postrados frente a mí.
No tenía presente el impacto que dichas visiones tenían para mí, hasta que me volvió a suceder.
Iniciaba el año 2019 lleno de emoción y expectativas por el lanzamiento de mi libro. Ese primer sábado del año tenía la agenda llena. Primero fui a la Librería de Panamá Viejo con mi editor, Luigi Lescure, para coordinar el lanzamiento. Luego, Luigi, me consiguió una entrevista en el programa de radio Primera Llamada de Ramón Serrano, donde conocí no solo a Ramón, sino también a un elenco de actores que promocionaban su última obra.
Mi día concluía con un evento de motos en Paddy Mick’s en Ciudad del Saber, organizado por el Club Honor-Bound al cual pertenezco. El evento lleno de buenas amistades, camaradería, competencias y bandas de rock se extendió hasta tarde. Como es de costumbre, todos los miembros nos quedamos al final a limpiar el local y las áreas aledañas. Había sido un día espectacular. Me sentía cargado de energías y de positivismo.
Como era tarde y recién me había mudado, me fui con un hermano del club que iba por mi ruta. Pero en la salida de la Ciudad del Saber hacia la Ave. Omar Torrijos, nos encontramos de frente con una tragedia.
Un auto, debido al exceso de velocidad, se salió de la vía y quedó incrustado a un costado del letrero de la entrada a Ciudad del Saber. Algunas personas ya se habían bajado de sus carros y trataban de socorrer a alguien que aún estaba atrapado bajo el auto accidentado. Mi amigo y yo, bajamos la velocidad y en ese momento los que estaban socorriendo a los heridos nos pidieron ayuda. Nosotros no lo dudamos, apagamos las motos y nos acercamos a ver que podíamos hacer. Un joven que había tomado el mando nos dijo “Nosotros levantamos el carro y ustedes lo sacan”. La instrucción era clara y me acerqué al herido para ayudar. Cuando comenzaron a contar para prepararnos para la maniobra, me di cuenta que estaba solo con el hombre agonizante. Mi amigo se había ido a levantar el carro también. “¡Tres!” gritaron y no me quedó de otra, mas que hacer mi parte. Lo tomé por ambas piernas y jalé con todas mis fuerzas.
Por respeto a la víctima, voy a omitir la descripción de lo que vi a continuación. Confórmense con saber que el hombre falleció. Al terminar la hazaña, la policía que acababa de llegar, nos regañaba por alterar la escena, a pesar de que nuestra intención era buena. Nos mandó a desalojar el área y nosotros retomamos nuestro rumbo.
Esa noche colapsé. Le conté a mi esposa y rompí en llanto. Había quedado traumatizado por lo que presencié. Al día siguiente no sabía cómo procesar lo sucedido. Mi mente errante, comenzó a divagar y mostrarme como un carrete de diapositivas, todos los otros muertos que había visto a lo largo de mi vida. Me acordé de los muertos que mi padre había visto y me había contado. También me acordé de un amigo que tiene un negocio de grúas y siempre cuenta sus encuentros con cadáveres en los accidentes que asiste.
Fue entonces que me di cuenta. Estamos coleccionando fantasmas. Por más apáticos que quisiéramos ser ante la tragedia ajena, verse cara a cara con la mortalidad de alguien, deja una impresión indeleble en nuestro recuerdo.
Ese domingo escribí el cuento, casi que de una sentada. El final del mismo me resultó muy obvio también. Entre más años vivamos, más probabilidades hay de que nos encontremos con el deceso de alguien y sin poder hacer nada al respecto, agregaremos ese fantasma en nuestra colección, para toda la vida.