Mi viejo amigo Apolonio, que en paz descanse, me vino a visitar de nuevo. Desde que comenzó el encierro sus visitas han sido cada vez más frecuentes. En aquel sueño, estábamos viviendo la vida como hubiera sido si él no hubiese muerto.
Vivíamos el sueño del eterno bachiller. Compartiendo un apartamento cerca de la universidad con amigos que entraban y salían a todo hora. No había pandemia, ni mascarillas, ni nos pasaba por la mente que eso pudiera pasar. Acababa de despertar y ya llegaba el grupito de amigos a celebrar la amistad que nos unía. Fercho, con su novia de toda la vida Margaret, se sentaban en la sala al lado de las dos camas y sacaba sus implementos para preparar la primera fumada del día.
Ginita, que había llegado con ellos, estaba tras de mí por todo el apartamento, haciéndome mil preguntas y tratando de ayudar en los quehaceres domésticos. Todavía me pregunto qué tan diferente hubiera sido todo si hubiera cultivado aquella chispa que existía entre los dos.
“Apo” fregaba los trastes del día anterior y todo brillaba con el resplandor de la calurosa mañana.
Así de rápido como llegaron, se esfumaron en la nube de humo que dejaron guindada en el pequeño apartamento. Apolonio estaba pensativo en su cama mientras que yo, seguía afanado arreglando mis cosas. Cuando de repente, su ronca voz me sacó de mi metódica organización.
—Esta vida hubiera sido buena asi, ¿no te parece? Sin preocupaciones, ni miedos, pero es solo un sueño… La realidad es otra y es por eso que estoy aquí.
—¿A qué te refieres?
—Te acuerdas de aquella escena en la película de Los Cazafantasmas, cuando ya estaban por abrir el portal al más allá, cuando los muertos y fantasmas salían de sus tumbas al mundo físico a molestar a los vivos?
—Si claro, pero tu no me molestas. —le respondí entristecido a la par de que el velo de los sueños se levantaba sobre mi cabeza y reconectaba la conciencia con la realidad.
—Yo sé, no es eso. Lo que pasa es que ya no cabemos. No tenemos donde estar en paz. El sueño eterno se ha vuelto una pesadilla.
Guardé silencio. No sabía como funcionaba el plano espiritual ni pretendería tratar de entenderlo ahora para su tranquilidad.
—Algunos hemos encontrado paz con los nuestros —continuó. —En sus sueños, conservan un mausoleo lleno de nuestros recuerdos y aspiraciones, y allí con ellos, podemos revivir el pasado o soñar juntos con el futuro que no fue.
Me dolía oírlo hablar así. Nunca fue filosófico, ni poético, era un muchacho despreocupado y feliz. Pero suponía que la eternidad le había cambiado hasta esto.
—¿Y por qué a mi? Seguro tienes familia y seres queridos más cercanos que visitar, yo solo fuí en uno de los tantos amigos que tuvistes.
—Es verdad, pero no todos son tan receptivos como tu y muchos ya me olvidaron.
Sentía pena por él pero estaba agradecido con su visita.
—A lo que voy —dijo después de una pausa. —Es que no tengas miedo. Otros vendrán después de mí. Como te dije… ya no cabemos. Los muertos por la pandemia se amontonan a las puertas del limbo y sus llantos y gritos ya no nos dejan descansar. Recuérdanos. Recuerda a tus muertos para que la puerta a tus sueños se mantenga abierta y encontremos en ellos, junto a ti, paz… aunque sea por un breve instante.
Desperté con el sabor del humo en mi garganta y una tristeza ahogada en el pecho, pero alegre de haber visto a mi viejo amigo de nuevo. Una duda me asaltó súbitamente opacando aquellos sentimientos ¿Qué se supone que debo hacer ahora? ¿Vivir para los vivos? ¿O volverme a dormir y soñar para los muertos?